domingo, 22 de diciembre de 2024

La época, ¿Cuál es la mía?

Por Gregorio Moya E.


Cuando uno es niño vive, vive con intensidad, los límites los ponen los otros, o lo pone la materialidad física de la que formamos parte. El suelo que nos detiene al caernos, una pared que nos obliga a cambiar de curso, la gravedad que nos impide subir al cielo, nuestra pequeñez, y todas las fuerzas del mundo que nos contienen. En ese momento vivimos, en ese vivir, relativamente inocente, concentrados en satisfacer ya nuestros deseos, no tenemos conciencia de que hay una época. Tiempo y espacio no son importantes, solo como límites. No tenemos época, porque ella no existe para los niños. Vivimos el ahora, ahorita, o cuando mucho, mañana.

Cuando uno es joven, es muy joven para opinar, decidir, incluso para tener medios para una vida propia se limita cunado uno es joven. Pero, como quiera, se vive con cierta intensidad, aunque ya uno va siendo consciente de los límites de la física de la tierra, de la fisiología y anatomía humana que nos limita, de los límites sociales, sobre todo económicos y no menos importantes los sociales. Los morales y éticos también limitan, no tanto.

Como jóvenes ya tenemos conciencia de la época, la mejor de todas, la consideramos nuestra, queremos vivirla con intensidad, pero el conocimiento de ella nos hace aflorar alguna responsabilidad. Pensamos en el mañana, no tanto, el presente es como agua que no queremos dejar escapar de nuestras manos. Pero, ya aflora el futuro en nuestras mentes.

Ese deseo de monopolizar la época, en la que los niños no existen y en la que los adultos (los viejos) ya están pasados, no ocupan mucho espacio. Y, en ese deseo de engullirla, mucho de la época se nos sale, la perdemos. Y no nos damos cuenta que no puede ser de otra manera.

Que cómo jóvenes, con la flexibilidad del niño y la fuerza del adulto, no podemos correr más rápido que la pelota, que por más que nos develemos en una fiesta, en una cita, en un juego, o donde sea, el día no tendrá ni una milésima de segundo adicional. Así las cosas, al final, la época en nuestra juventud no es tan nuestra. Cuando jóvenes sentimos que los adultos, que consideramos pasados controlan gran parte de la época.

Cuando adultos, menos veloces y resistentes, quizás con la misma fuerza. Con la vista y los reflejos reducidos, muchas cosas de la época se nos van pasando, y hasta la memoria nos traiciona, olvidando momentos presentes. Aunque nos sentimos dueños del momento que llamamos época, dedicamos mucho tiempo a administrarla, en cuidar detalles. Los aspectos sociales y éticos nos limitan, los compromisos nos mediatizan en nuestras decisiones. Terminamos pensando, quien controla la época, quien es el dueño.

Y con el paso del tiempo, la época como conciencia de estar en un momento significativo, es cada vez más limitado. Se nos acaban los amigos, algunos lo hemos olvidado, muchos se han ido a otros lugares, incluso de donde no pueden volver. Se nos acaban los lugares por el cambio permanente, el que nos dejó atrás. Y nos damos cuenta que la época se nos va, que realmente va muy rápido.

Los recuerdos, lo más preciado que tenemos, porque son el archivo de nuestras vidas, nuestras memorias, se nos van haciendo confusos, imprecisos y hasta van desapareciendo, borrándose, o dejando una huella tan tenue, que es tanta la brega para reconocerla que o decidimos no recordar o sufrir la angustia de no saber con precisión qué es.

Por eso, me pregunto: ¿la época, cuál es la mía?

 

 

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